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El camino del ser humano está sembrado de paradojas para la razón, puesto que ella es incapaz de encajar en secuencias lógicas lo que no pertenece al tiempo. Donde irrumpe lo intemporal, la secuencia se quiebra. El empeño por tornarlo todo racional, procede de un movimiento sano de la propia razón; ésta no puede aceptar como real aquello que no ensambla en su estructura lógica. Si en el hecho no interviene otra cosa que la razón, lo intemporal no adquiere vigencia en el punto que es ese ser humano en particular. La razón no admite por sí misma la posibilidad de comprender sin la razón; sólo lo admite cuando está operando en armonía con una percepción religiosa de la vida. Entonces sí; aun cuando lo intemporal no sea susceptible de encajar en las secuencias lógicas, éstas no rechazan la existencia real y activa de la paradoja. En ese caso, la razón es un óptimo instrumento de vigilancia, una ayuda invalorable en la observación pura de la realidad.
El camino del ser humano está sembrado de paradojas para la razón, puesto que ella es incapaz de encajar en secuencias lógicas lo que no pertenece al tiempo. Donde irrumpe lo intemporal, la secuencia se quiebra. El empeño por tornarlo todo racional, procede de un movimiento sano de la propia razón; ésta no puede aceptar como real aquello que no ensambla en su estructura lógica. Si en el hecho no interviene otra cosa que la razón, lo intemporal no adquiere vigencia en el punto que es ese ser humano en particular. La razón no admite por sí misma la posibilidad de comprender sin la razón; sólo lo admite cuando está operando en armonía con una percepción religiosa de la vida. Entonces sí; aun cuando lo intemporal no sea susceptible de encajar en las secuencias lógicas, éstas no rechazan la existencia real y activa de la paradoja. En ese caso, la razón es un óptimo instrumento de vigilancia, una ayuda invalorable en la observación pura de la realidad.