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Albacea de Virgilio Piñera, testigo privilegiado de esplendores pretéritos, Antón Arrufat cuenta en este libro la historia familiar de los Ibarra, cuyos miembros deben enfrentar un presente adverso. El escenario es Santiago de Cuba, ciudad natal del autor. La época, los años cuarenta. La novela es un fresco de la vida provinciana, en el que los detalles cobran tanta importancia como los personajes, que se desplazan sobre el fondo de la epopeya patriótica, la guerra de la Independencia y los menguantes ritos sociales de antaño. Francisco y Rogelio Ibarra, hijos de Don Diego, empresario excéntrico, fueron despojados de su herencia por el abogado de la familia. Ambos deben sobrevivir con empleos subalternos. Víctimas sumisas de su propia memoria y de la ajena, el pasado es para ellos un país extranjero al que están obligados a volver en busca de evocaciones del esplendor perdido. Rogelio, personaje sarcástico y erudito, está condenado a servir a un político corrupto de quien depende su misero puesto en el juzgado. Francisco recorre los pueblos ofreciendo su mercadería y realiza viajes a Holguín, donde tiene una amante por la que al final abandonará a su esposa e hijo. Los hermanos mantienen encarnizadas contiendas verbales, movidos por la heredada «lengua ofidica de los Ibarra». En medio de ambos está Gregorio, el último vástago de Francisco y Regina, quien a lo largo del libro cumple su rito de pasaje a la adolescencia. Metáfora de la vida y sus sorpresas y celadas, la caja a que se refiere el título es una caja de vidrio Gregorio heredó de su abuelo, en la que guarda pequeñas pertenencias: que retazos de un pasado que, a diferencia de su tío y su padre, no será evocado como pérdida irremediable sino como presente perpetuo. Con una prosa ágil, tan elegante como minuciosa, no sólo en la descripción de escenas y personajes sino en el registro sutil del habla coloquial, Arrufat nos ofrece una novela de innegable valor literario. Por momentos aflora un humor ácido, semejante al de Piñera, al tiempo que la trama avanza con la misma lentitud que la vida provinciana que describe. Por su virtuosismo estilístico, y por la riqueza de matices y pequeñas revelaciones que acechan en cada página, La caja está cerrada depara ese placer que pertenece sólo a los grandes clásicos.

ANTON ARRUFAT - LA CAJA ESTA CERRADA

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Albacea de Virgilio Piñera, testigo privilegiado de esplendores pretéritos, Antón Arrufat cuenta en este libro la historia familiar de los Ibarra, cuyos miembros deben enfrentar un presente adverso. El escenario es Santiago de Cuba, ciudad natal del autor. La época, los años cuarenta. La novela es un fresco de la vida provinciana, en el que los detalles cobran tanta importancia como los personajes, que se desplazan sobre el fondo de la epopeya patriótica, la guerra de la Independencia y los menguantes ritos sociales de antaño. Francisco y Rogelio Ibarra, hijos de Don Diego, empresario excéntrico, fueron despojados de su herencia por el abogado de la familia. Ambos deben sobrevivir con empleos subalternos. Víctimas sumisas de su propia memoria y de la ajena, el pasado es para ellos un país extranjero al que están obligados a volver en busca de evocaciones del esplendor perdido. Rogelio, personaje sarcástico y erudito, está condenado a servir a un político corrupto de quien depende su misero puesto en el juzgado. Francisco recorre los pueblos ofreciendo su mercadería y realiza viajes a Holguín, donde tiene una amante por la que al final abandonará a su esposa e hijo. Los hermanos mantienen encarnizadas contiendas verbales, movidos por la heredada «lengua ofidica de los Ibarra». En medio de ambos está Gregorio, el último vástago de Francisco y Regina, quien a lo largo del libro cumple su rito de pasaje a la adolescencia. Metáfora de la vida y sus sorpresas y celadas, la caja a que se refiere el título es una caja de vidrio Gregorio heredó de su abuelo, en la que guarda pequeñas pertenencias: que retazos de un pasado que, a diferencia de su tío y su padre, no será evocado como pérdida irremediable sino como presente perpetuo. Con una prosa ágil, tan elegante como minuciosa, no sólo en la descripción de escenas y personajes sino en el registro sutil del habla coloquial, Arrufat nos ofrece una novela de innegable valor literario. Por momentos aflora un humor ácido, semejante al de Piñera, al tiempo que la trama avanza con la misma lentitud que la vida provinciana que describe. Por su virtuosismo estilístico, y por la riqueza de matices y pequeñas revelaciones que acechan en cada página, La caja está cerrada depara ese placer que pertenece sólo a los grandes clásicos.

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