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¿Tiene la destrucción un firme asiento en el alma? Parece que sí, aunque nos duela aceptarlo. Tanto la psicología como la antropología acumularon pruebas: el hombre puede ser más cruel que los lobos. Y ahora tiene la capacidad de poner en riesgo el planeta. El control y la sublimación de sus propios instintos homicidas es un desafío al que el ser humano debe dedicar sus mejores energías. El impulso vital, que desarrolla una labor de cíclopes para frenar a su enemigo permanente, prevalece en aquellos que sienten y brindan amor, y que transitan la existencia con más armonías que disonancias.
¿Tiene la destrucción un firme asiento en el alma? Parece que sí, aunque nos duela aceptarlo. Tanto la psicología como la antropología acumularon pruebas: el hombre puede ser más cruel que los lobos. Y ahora tiene la capacidad de poner en riesgo el planeta. El control y la sublimación de sus propios instintos homicidas es un desafío al que el ser humano debe dedicar sus mejores energías. El impulso vital, que desarrolla una labor de cíclopes para frenar a su enemigo permanente, prevalece en aquellos que sienten y brindan amor, y que transitan la existencia con más armonías que disonancias.